Las mujeres abrimos camino, incluso cuando nos llaman intensas
Written by admin on 11/15/2025
¿Sabían ustedes que, según ONU, Mujeres (2023) harán falta 835 años para cerrar la brecha de género y el Global Gender Gap Report 2024 del Foro Económico Mundial estima que, al ritmo actual, el mundo necesitará 131 años para alcanzar la paridad total entre hombres y mujeres?
Cerrar la brecha de género significa que todas tengamos acceso a la educación básica, técnica y superior, que nuestros aportes sean reconocidos en la investigación e innovación, que paguen igual por el mismo trabajo realizado, que se promueva el liderazgo femenino en los lugares de trabajo y que el trabajo de cuidado se distribuya de manera justa. En Ecuador, por ejemplo, las mujeres realizan el 76 % del trabajo no remunerado, lo que limita su libertad económica (INEC 2020). En política seguimos subrepresentadas en espacios de poder; gobiernos, universidades, consejos directivos, instituciones, empresas, comunidades y cabildos. La mujer como eje de desarrollo está llamada a tener más voz y capacidad de decisión. En salud, las mujeres no estamos teniendo mayor acceso a los servicios de salud sexual y reproductivo desde edades tempranas, así como a entornos laborales seguros y libres de violencia, con protocolos de violencia efectivos, con personas preparadas y de confianza que nos permitan abrirnos.
Pero quizá la brecha que se está volviendo más difícil de cerrar es la brecha simbólica, la cual requiere de cambiar los imaginarios, los prejuicios, los roles, tradiciones que nos siguen limitando nuestro potencial femenino.
Quiero mencionar sobre la aceptación entre mujeres de nuestra diversidad porque cada una de nosotras pensamos distinto, sentimos distinto y soñamos distinto y eso nos hace poderosas. Somos quienes planificamos, creamos, estudiamos y cuidamos a nuestra familia; pero para salir adelante muchas veces tuvimos que aprender a “jugar como hombres”, a endurecernos, para sobrevivir.
Soy intensa, comunicativa, curiosa, sensible, trabajadora. Me gusta estar pendiente de las personas que me importan y aprovechar al máximo mi tiempo. No busco aprobación, busco sentido.
Este año he reflexionado bastante sobre las etiquetas que nos ponen, la sutil violencia que no se ve, la que es mencionada entre risas a manera de bromas, de silencios, así como de resistencia. Hay algunas huellas, marcas que no solamente se quedan en nuestra piel, algunas se disimulan en estos comentarios que restan valor o en silencios que pesa más que los gritos. A veces lo más difícil de reconocer no es el golpe, sino esa sutileza con la que se intenta neutralizar y apagar tu voz.
Hace poco, un hombre y una mujer me dijeron después de una reunión:
“Proyectas conocimiento en ciertos temas, a veces un poco necia en otros “jajá” pero tienes buena preparación y se nota que investigas lo que te interesa.”
No me ofendí, pero me quedé pensando en lo fácil que es usar palabras como “necia”, “intensa” o “complicada” para describir a una mujer que simplemente piensa, siente y actúa con pasión.Durante mucho tiempo intenté disimular esa intensidad. Ser más discreta, más prudente. Ahora comprendo que “calmar mi personalidad” no me hace mejor, solo más invisible.
He aprendido que la intensidad no es un defecto, sino una manera de expresar y de comunicar tus pasiones, también reconozco que solo los necios abren puertas que los sabios no vieron y de esa necedad nacen las transformaciones del territorio.
Yo lo he vivido, por ejemplo, en espacios donde debía importar la colaboración, lo que se promovió fue la desconfianza. Escuchar a otras mujeres decir que “mi concepto como persona no vale” después de haber trabajado tanto para reconstruirme, duele. Que te llamen “intensa”, “necia” o “sabelotodo” cuando tu pasión y tu preparación son lo único que te sostienen, desgasta. Que te juzguen por estudiar, por investigar, por escribir, por no tener tiempo de socializar tanto como otros, por ser visible.
Estas tácticas sutiles que buscan hacerte dudar de ti misma, estas dinámicas son difíciles de denunciar porque se esconden bajo la apariencia de normalidad.
“He vivido lo que se llama gaslighting laboral. Comentarios sobre mi vida personal, rumores, exclusiones deliberadas. Que te llamen intensa, necia o emocional es una forma de control, una manera de reducir lo que haces, lo que piensas y lo que sientes.”
Estas frases se disfrazan de humor o camaradería, pero en realidad son estrategias de control. La coach Vivian Montoya lo llama violencia reputacional: cuando alguien busca restarte valor, dañando tu imagen, ignorando tus ideas, invisibilizando tus aportes o presentando tus ideas como propias. O el saboteo profesional: cuando te excluyen de reuniones, te aíslan, te dejan fuera de decisiones para desgastar tu liderazgo. Y luego, cuando alzas la voz, te dicen “relájate, es solo humor”. No lo es, esto es, una táctica deliberada para mantener el control.
Dejarte sin voz en los espacios donde has trabajado tanto por estar, que se cuestione tus decisiones y hacerte sentir que tu vida personal invalida tu carrera, es violencia.
Esta es una realidad que atraviesa generaciones; cuando eres joven o estás empezando, te objetivizan; cuando avanzas, te desacreditan; cuando lideras, te observan para encontrar tus fallas. En todos los casos, el objetivo es el mismo: hacerte dudar de tu valor.
He aprendido que el profesionalismo no se mide por la cantidad de títulos ni por la ropa que usamos, sino por la coherencia entre lo que decimos, hacemos y lo que somos. Ser profesional es una forma de honrar tu experiencia, tu conocimiento y tu integridad, sobre todo en un sistema donde ser visible, incómoda, donde se castiga la independencia femenina y usa el rumor como un arma de deslegitimación.
Sobrevivir siendo tú misma es un acto político
Ser intensa, sensible, apasionada, no nos hace menos profesionales, nos hace humanas y eso; en realidad, es nuestro mayor poder.
He aprendido que una de mis formas de resistencia es buscar información y compartirla.
Leer, investigar, preguntar, aprender, conectar fuentes.
Me emociona descubrir cómo las ideas se relacionan entre sí, cómo un dato técnico puede tener un impacto humano, cómo la investigación puede convertirse en herramienta de empoderamiento.
Esa búsqueda no es solo académica; es vital.
Es mi manera de entender el mundo y quizá de transformarlo, de pasar del conocimiento individual al colectivo.
“Las mujeres no necesitamos competir para liderar, necesitamos reconocernos y no toda luz opaca, algunas, si nos juntamos, iluminan fuerte”
He aprendido que el empoderamiento femenino no empieza con un discurso, sino con la apropiación del conocimiento y que compartir información también es un acto de sororidad; cuando enseñas, acompañas o visibilizas el trabajo de otras. En esa red invisible de mujeres que leen, enseñan, investigan y cuidan, se gesta el cambio real. Porque cuando una mujer respalda a otra, el sistema tiembla.
Mi historia no ha sido distinta, fui una niña no esperada, sin el apellido de un padre que no me reconoció. Mi madre trabajó sin descanso para sacarme adelante, pero esa distancia afectiva me enseñó, sin quererlo, a ser autosuficiente, aunque doliera. Aprendí a trepar árboles y luego montañas; a no pedir ayuda; a disimular la tristeza con logros. Ya adulta, en terapia, comprendí que la violencia no solo se hereda, se repite hasta que la reconocemos o hasta que entendemos el porqué de nuestras emociones.
He conocido mujeres con un dolor enorme, pero también con una capacidad infinita de discernimiento y compasión. Estas mujeres me han enseñado que comprender el dolor ajeno no significa permitir que te falten al respeto, por eso, necesitamos más redes de apoyo entre mujeres, más espacios seguros para hablar de lo que callamos y que aporte a reconstruir nuestro amor propio y no lo anule.
Hoy escribo esta columna no desde el resentimiento, sino desde la claridad. Porque la violencia simbólica y reputacional no puede seguir siendo invisible. Porque los rumores, las bromas y las exclusiones también son formas de agresión. Y porque cada vez que una mujer se atreve a contarlo, abre un camino para que otra no tenga que callarlo.