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Cacao ritual: La cura de la nostalgia

Written by on 11/02/2025

Hubo un tiempo en que los pueblos sabían escuchar a la tierra. Sabían que cada semilla era una palabra y que cada fruto tenía un espíritu. Entre todos, el cacao fue el más dulce y el más sabio: un alimento nacido del corazón del bosque, un susurro de los dioses para sanar el cuerpo y reconciliar el alma.

Durante siglos, los hombres lo olvidaron. Lo transformaron en golosina, lo mezclaron con azúcares y lo vendieron en envoltorios brillantes, como si la esperanza pudiera fabricarse. Pero el cacao —como toda sabiduría profunda— esperó pacientemente su regreso, y hoy, cuando el mundo vive cansado, ansioso y solitario; el cacao vuelve a recordarnos que no fue creado para ilusionar sino para curar.

El cacao es medicina

No solo para el cuerpo, que encuentra en él energía, equilibrio y fuerza, sino para el corazón, que en cada sorbo descubre consuelo; y para la mente, que se silencia cuando el cacao entra en la sangre como una oración tibia. Su teobromina despierta el ánimo. Su magnesio aligera la tensión. Su aroma abre memorias que habíamos guardado bajo llave: la infancia, la lluvia, el fuego, el abrazo de papá.

Por eso, en tiempos donde la depresión, la ansiedad y la nostalgia se han vuelto enfermedades del alma moderna; el cacao vuelve a su forma original: líquido de vida, remedio del espíritu, puente entre los humanos y la tierra.

Ecuador es su casa, su jardín y templo

Aquí, el cacao no se cultiva: se lo cría como a un hijo. En la Costa, el sol le da cuerpo. En la Sierra baja, el viento lo vuelve noble. Y en la Amazonía —su cuna más antigua— las cepas ancestrales se mezclan con las nuevas, porque la selva juega a reinventarse. De ese mestizaje sagrado nacen los cacaos del futuro con las voces de los bosques resonando en cada grano.

El cacao ecuatoriano ya no compite en precios, compite en esencia. Su fuerza está en la trazabilidad, en la fermentación viva, en la historia que porta cada semilla. Porque el cacao no se cosecha: se escucha. Y quien lo trata con respeto, despierta en él su poder sanador.

Beber cacao ritual no es un acto de consumo, sino de comunión. Se bebe despacio, con gratitud, con intención de bienestar. Se comparte en círculo, donde las miradas sustituyen a las palabras y el silencio se vuelve sagrado. Cada sorbo invita al corazón a abrirse, al cuerpo a recordar su centro y al alma a volver al bosque de donde vino.

El cacao no cura enfermedades: cura olvidos

Nos recuerda que la felicidad no está en el exceso, sino en el equilibrio; que el verdadero lujo es la calma; y que lo más dulce del chocolate no está en el azúcar, sino en su capacidad de reconciliarnos con lo que somos y lo que fuimos.

Hoy, cuando el mundo busca sentido, Ecuador tiene en sus manos el fruto que lo puede devolver: el cacao que calma, que alegra, que abraza, que sana. Un cacao nacido en la selva amazónica, elaborado con manos sabias y ofrecido al mundo como lo que siempre fue: el puente entre la tierra y el espíritu. (Dedicado a mi sanadora: mi hija Johana).


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